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jueves, 14 de junio de 2012

Graduados:"Volver a los 17"


El viaje de egresados a San Carlos de Bariloche posee su propia mitología.
Dos ingredientes de ella indican que para que el círculo generacional se cierre debe quedar en algún rincón de la memoria un grueso anecdotario, destinado al recuerdo jocoso por un largo, largo tiempo, y un infinito número de fotografías en la tarjeta de la cámara.
Los “chicos” de Graduados (lunes a jueves a las 21.15, por Telefe) llegaron hasta la ciudad cordillerana decididos a hacer los deberes iniciáticos, esos que tanto disfrutan los pibes cuando se descubren a punto de dejar de una vez y para siempre la conflictiva pos adolescencia.
Y, como suele ocurrir, todo comienza con un grito. “¡Bariloche, Bariloche! ¡Aquí llegamos!”, exclaman a coro Andy (Daniel Hendler) y Tuca (Mex Urtizberea), en el mismo momento en que sus pies se posan sobre el Centro Cívico de la ciudad donde los esperan, ineludibles, los característicos edificios de piedra y madera, los abnegados perros San Bernardo, listos para una fotografía y, por supuesto, el paisaje sobrecogedor del lago Nahuel Huapi con sus islas y las montañas nevadas como telón de fondo.
Al recorrido tradicional por el Centro Cívico le sigue la excursión al Cerro Catedral. Hasta ese emblemático paisaje fueron los “chicos”, cargados de alegría y de hormonas adultas, pero hormonas al fin, tal como lo hacen y lo harán miles de jóvenes año tras año.
Aun no es invierno en la Patagonia, pero el clima en el área del cerro Catedral se volvió cómplice de la grabación de Graduados. A media tarde ya estaba nevando copiosamente. El frío (2 grados bajo cero) tiene sus consecuencias. “¿Dónde hay un baño?”, le pregunta un urgido Mex Urtizberea al cronista. “Yo no tuve viaje de estudios, no había mucha onda en mi curso. Así que imaginate cómo estoy hoy, ¡soy un hombre de 51 años y tengo que actuar de un pibe de 17! El viaje de egresado es utopía, es jugar, y es un poco lo que nos pasa ahora”, explica Mex desde el interior de uno de los baños para varones.
La grabación se desarrolla a buen ritmo. Cada una o dos horas los actores tienen un descanso para beber café y comer algo en la confitería que se encuentra al final de la línea del teleférico del Catedral. En un espacio cómodo, rodeado de madera y una chimenea que nunca se apaga, los actores prolongan la ficción. Se los ve cómodos. Hay buena química. Hay ambiente. En un momento, Mex y Julieta Ortega yacen tendidos en el sillón tomándose una foto con un celular. En otro, Nancy Dupláa acaricia tímidamente el rostro de Pablo Echarri, que ha venido a la grabación para hacer su rol como un exacerbado coordinador del grupo. En otro, Isabel Macedo es retocada por un maquillador para que su personaje no pierda ni un miligramo de su increíble caracterización como una chica obesa. Y en otro u otros, los actores simplemente charlan, repasan el libreto y se ríen como si tuvieran todo el tiempo del mundo. O como si el tiempo del sur les perteneciera por contrato.
Daniel Hendler se ocupa de sus seguidoras con paciencia oriental. Hay por lo menos cinco parejas esperando su turno para fotografiarse con él. Julieta Ortega no se queda atrás. “Yo no tuve viaje de egresados, estaba en los Estados Unidos”, dice Ortega que nunca (pero, de verdad, nunca) llegó a ponerse de pie en la pista de nieve dura, desde la que chicos y adultos se lanzan de cola para terminar totalmente mojados. A Cáceres la cámara lo ama. Y las pibas también: se la pasa abrazado a un grupito de risueñas admiradoras tras otro.
Los más de treinta técnicos de la producción tienen una paciencia santa, pero esta también llega a su fin cuando el proceso se demora. “¡Chicos! Estamos grabando y ustedes firmando autógrafos y haciendo notas, por favor vengan para acá”, les ordena uno de los productores.
La última toma de la tarde, la imagen que debe coronar este esfuerzo a más de 1.200 metros de altura, es, qué duda cabe, la foto de los egresados con su bandera a los pies.
Aquí están todos al frente, más una veintena de extras que cubren los espacios en blanco. Son un auténtico grupo de egresados. A ninguno le falta energía para entregar a la cámara el último grito de satisfacción. Los cánticos breves y divertidos, algunos irreproducibles referidos al secundario donde estudian (“¡Instituto, Instituto y la put ... que lo parió!”) van pasando como un “grandes éxitos” de la pubertad.
Nieva como si Dios acabara de inaugurar la temporada de invierno. Al final, “los graduados” levantan los brazos, descubren una sonrisa de oreja a oreja y con la misma inocencia que a los 17 años, conjuran el tiempo.
Sin irse a ningún sitio, vuelven atrás para la televisión.

Clarín

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